Bellas playas e islas, sin duda; imponentes templos y cultura, incuestionable; gente extraordinaria, seguro; pero Tailandia es mucho, mucho más que todo eso, Tailandia tiene un corazón interior que late por la vía lenta, a través de sus fluorescentes campos de arroz, de sus comunidades locales, sus agricultores y artesanos, gente sencilla y sabia a la que le gusta compartir su tranquilo y, a veces, envidiable, modo de vida. Es la Tailandia profunda y rural, alejada de los circuitos clásicos y fascinante por su identidad y tradición.
Desde hace ya tiempo, se viene impulsando el agroturismo en el país como una alternativa para el desarrollo de zonas rurales menos conocidas. Una de ellas es Ban Na Ton Chan, una pequeña y adorable comunidad a 80 km al norte del fabuloso Parque Histórico de Sukhothai, joya Patrimonio de la Humanidad y a solo 18 km del fascinante y desconocido Parque Histórico de Si Satchanalai, hermano pequeño del anterior, que al atardecer se puede visitar literalmente en soledad.
Ban Na Ton Chang- Campos de Cultivo
Entre montañas tapizadas de verde y campos de arroz, esta aldea es la casa de unas 200 familias por cuyas venas corre sangre Lanna, el ancestral Reino del Norte. Desde hace décadas la villa ha desarrollado una industria artesanal de tradiciones locales, trabajando la madera, los textiles, el cultivo hortofrutícola e incluso delicados juguetes de materiales naturales. Poco a poco se ha ido abriendo al turismo, de momento los visitantes son en su mayoría, tailandeses, de hecho los carteles están solo en su idioma y muy pocos hablan la lengua de Shakespeare, con lo que lo hace más encantador. Pero tímidamente comienza a haber un interés por parte del turista internacional y, para ampliar sus horizontes, sostenibles, por supuesto, se está desarrollando el alojamiento en casas del pueblo, con ellos, compartiendo su experiencia.
Gentes de Ban Na Ton Chang
La llegada a Ban Na Ton Chan no puede ser más bucólica, entre arrozales, campos de cultivo de frutas exóticas y bellas casas al estilo tradicional, de madera y elevadas sobre pilotes, con el taller abajo y las habitaciones en la planta superior. La primera parada es el centro de visitantes, con unas mesas donde tomar un café mientras explican su historia. En el edificio anexo se ubica una fábrica de textiles cien por cien naturales fabricados en algodón con una técnica propia consistente en fermentar el tejido de algodón en barro con el fin de suavizarlo, el resultado es asombroso y el producto, una vez terminado, es parecido a la seda.
Tintes naturales
Para recorrer la comunidad, se dispone de bicis o bien una especie de tractores que ni Da Vinci hubiera diseñado con tanto arte. Subidos al tractor comienza un recorrido idílico cuajado de saludos, sonrisas e invitaciones.
Tractor de Ban Na Ton
Una de las paradas es la de la tejedora. En un modesto telar hace obras de arte con destreza, tejidos de gran belleza e incluso invita a sentarse con ella e intentar tejer, que es casi como tocar el piano ya que hay que controlar pies, manos y cerebro. Imposible.
Tejedora
Siguiente parada: la fábrica de palillos. Con la abundancia de madera hacen todo tipo de enseres pero los más productivos para su economía son los palillos para comer. Producen toneladas y es una industria próspera que junto con el negocio de la fruta les proporciona los suficientes recursos como para que ningún hijo tenga que marcharse de la comunidad a trabajar en la gran ciudad. Empleo al cien por cien. Otras paradas son los campos de longan, de limas, de mango y de papaya, paseando entre ellos, catándolos, sin prisa saboreándolos, del árbol a la boca.
Hablando de árboles, en este mágico lugar, hace un par de años, en un momento de sequía, los paisanos buscaban agua subterránea y al perforar apareció enterrado un enorme tronco al que inmediatamente atribuyeron poderes sagrados. Con gran esfuerzo lo desenterraron y lo colocaron en el centro de la aldea construyendo un templo alrededor. Hoy en día, la gente local le reza, le hace ofrendas y le coloca exvotos, le agradece lo bueno y le ruega que les libre de lo malo, forma parte de su historia, lo curioso es que hablan de él en femenino, es decir, su espíritu es mujer y muchas de las ofendas son pendientes, pulseras, vestidos y pañuelos. Ni que decir tiene que las lluvias volvieron y no han vuelto a faltar, al menos de momento.
Y como no podía ser de otra manera, la comunidad también ha desarrollado la gastronomía y tiene, según los expertos locales, el mejor restaurante de la zona. Platos sencillos pero de sabor espectacular, todos realizados con los productos locales, sin colorantes, ni conservantes (esas palabras aquí no se usan para nada). Riquísimas sopas de huevo con fideos, setas envueltas en pasta de arroz, pollo desmenuzado con verduras…
Restaurante
Ban Na Ton Chan, o el pueblo feliz. Sin duda una buena parada para descubrir el alma thai. Las gentes buenas son las que nos llenan las maletas de recuerdos imborrables.
Texto: María Redondo
Fotos: APF
Artículo publicado en Destinos /El Periódico de Catalunya en enero de 2017