Los últimos flashes provocados por el dim sum de gambas al vapor todavía encendían mi cerebelo con más colores que los dragones de neón que reptaban por el edificio de la esquina, cuando me levanté apresuradamente, pagué la cuenta y dejé la cerveza Singha a medias. El camarero de The Canton House me miró extrañado:
-¿No termina señor?
-No puedo. He visto a Jack Nicholson entrar a toda velocidad en la casa de enfrente.
Crucé la calle haciendo slalom entre los azulados tuk tuks y las taxis de tonos banana y aguacate y entré en una especie de pagoda de tres plantas iluminada con suaves luces rosadas. Al fondo del pasillo que daba acceso al vestíbulo una belleza china ataviada con el rojo de la buena fortuna y sentada en un sillón de fina caoba me miraba fijamente. El retrato a tamaño natural y en la penumbra habría confundido también al actor de El Resplandor. Todavía tendría que sortear una pequeña capilla con velas y ofrendas hasta llegar a un salón donde bien pudo rodarse la escena de la trifulca de Indiana Jones en un lujoso cabaret a cuenta de unas perlas del Río Rojo.
Porque en el maravilloso hotel Shanghai Mansion en la calle Yaowarat del Chinatown más fascinante del planeta, el de Bangkok, muebles, antigüedades y los uniformes del personal nos transportan al Shanghai de los años 30. El lujoso alojamiento ocupa la antigua sede de la Ópera China de Bangkok pero las tarifas de sus preciosas habitaciones garantizan lujo oriental por poco más de 60 euros.
Buscando a Jack me tomo un gin tonic en el bar del hotel, de diseño y abierto a la calle Yaowarat, eje fundamental de Chinatown y cuya forma de dragón que serpentea entre el río Chaophraya y la otra arteria fundamental del barrio, Charoen Krung, se consideró auspiciosa para que los inmigrantes chinos instalaran en sus aceras decenas de comercios y restaurantes desde la construcción del barrio a finales del siglo XIX.
Chinatown es la zona más interesante de Bangkok. Ni el de San Francisco, Los Angeles, Kuala Lumpur o Saigón pueden rivalizar con el de la capital de Tailandia por su autenticidad.
De día hay que ir a Chinatown para comprar en el bazar de Sampeng Lane o curiosear entre los callejones de Talaat Mai, el Mercado Nuevo, donde desde hace doscientos años sacos y recipientes con insectos, cabezas de serpiente, lagartos o peces desecados con fines medicinales se exponen en plena calle junto a los ingredientes más rebuscados de la gastronomía china e imágenes de budas felices y capillas de culto a los antepasados donde humea el incienso.
Y para empezar la jornada con un zumo de la granada más púrpura que veréis en vuestra vida. Toda una experiencia para los sentidos, sobre todo para los de la vista y olfato, sin descartar el del oído, “arrullado” por los bocinazos de los vehículos.
Y de noche, cuando los neones de animales fantásticos y hermosos caracteres chinos incendian la calle Yaowarat, Chinatown se convierte en el escenario de una aventura fascinante. Lo mejor es empezar el recorrido desde uno de los extremos de la arteria principal, junto a la estación ferroviaria de Hualamphong. Antes de que caigan las sombras y echen el cierre hay que dejar una ofrenda ante la majestuosa estatua del Buda de Oro en el wat (templo thai) Traimit. Desde su posición elevada y sus tres metros de altura y cinco toneladas recubiertas del preciado metal, el príncipe Siddartha Gautama nos mira con compasión y su protección se extenderá a toda nuestra visita en Chinatown, aunque, al igual que todo Bangkok, e incluso todo el país, tampoco nos será imprescindible en la pacífica Tailandia.
Cerca del Wat Traimit y ya enfilando la zona más populosa de Yaowarat la pagoda Kuam Yin, iluminada por los típicos faroles rojos chinos, se anima desde el anochecer, cuando decenas de fieles en silencio dejan sus ofrendas y encienden varillas de incienso ante la imagen de la diosa china de la Misericordia.
A esas horas la arteria-dragón que cruza el barrio y sus callejones perpendiculares rebosan de tailandeses y extranjeros que acuden para regalarse un festín a precios desde irrisorios en los puestos callejeros de noodles que se preparan en woks a la vista de todos hasta los 230 euros que puede costar la sopa de aleta de tiburón en el Scala Chinatown. Pero opciones mucho más económicas y deliciosas son las que ofrecen los restaurantes al aire libre T & K y Lek & Rut, frente por frente en la esquina de Yaowarat con la calle Yaowaphanit y donde los platos de cangrejo con pimienta, arroces con gambas, almejas y otros moluscos en las sopas chinas o las tom yam thais son auténticos manjares por unos pocos euros. Las adyacentes calles Phandungdao y Plaeng Nam son las más indicadas para probar la sopa de nido de golondrina y en esta última el puesto callejero Krua Phornlamai ha adquirido una reputación de gourmet por su especialidad: pàt kêe mow, fideos fritos con gambas, chiles y otras especias.
Ya está bien entrada la madrugada, he comprado amuletos que me aseguran una larga sexualidad, un lagarto seco y un gordito Buda Feliz; me he postrado ante el Golden Buda y la Diosa Kuan Yin, me he puesto como el Quico a base de exóticas delicias y he rematado la noche con varias cervezas Singha en el Shanghai Mansion, así que, aunque en pleno Yaowarat hay hoteles del más auténtico ambiente chino, como el Chinatown o el Royal paro un taxi que me lleve a al fabuloso Banyan Tree, algo alejado.
Pero cuando abro la puerta trasera un tipo con traje blanco y sombrero entra a toda prisa y me birla el taxi.
¿Nicholson?
Copyright 2015 BLUEROOM - Todos los derechos reservados - Aviso Legal - Politica de privacidad